(Publicado en el Financial Times Alemania el miércoles 30 de marzo de 2011, página 28, aquí el texto original)
En la segunda ciudad más grande de México, los ciudadanos construyen su propia ciclovía en medio del tráfico y con un día soleado, porque la ciudad [el Ayuntamiento] no lo hace por si sola.
Matthias Knecht, Guadalajara
(Traducción al castellano de Lilia Treviño Gutierrez)
Los civiles desobedientes comienzan con la tardanza de costumbre. Casi una hora después de la hora acordada se reúne la tropa de construcción en la Avenida Inglaterra. “La calle tiene nueve metros de ancho. A la izquierda y derecha podemos acomodar 1.20 metros para una ciclovía, con una extensión de 3 kilómetros. ¿Todo claro?”
Todo en claro. Alrededor de 30 personas comienzan el trabajo: crear, pintar y discutir. Se distribuyen grandes sellos con los símbolos de bicicleta, botes de pintura y señalamientos de calles hechos en casa. La tecnología de punta utilizada fue una pistola rociadora en una bicicleta de carga. Entre tres hombres consiguieron pintar una raya blanca casi derecha sobre el carril de los automovilistas.
“Esto es totalmente ilegal” dijo Jesús Soto. El contingente, con el sudor de las calles de Guadalajara, es parte de un proyecto con bases locas: en la segunda ciudad más grande de México, desde enero un grupo de ciudadanos comprometidos en crear su propia ciclovía en medio del caos urbano, el ruido del tráfico y bajo el sol; por supuesto, siguiendo las normas internacionales de construcción, con señalamiento y todo, la llaman: “ciclovía ciudadana”. Soto, filósofo de 26 años experto en redes digitales, toma el puesto de Jefe de Prensa del grupo. “Yo participo, porque nuestras autoridades son incapaces. Con esto los pusimos a prueba”.
17.000 personas mueren cada año en las calles de México, más que la cantidad de muertes que cobra la guerra contra el narcotráfico. Especialmente los pobres, que su medio de transporte es ir a pie o en bicicleta. Sin embargo, las ciudades mexicanas están hechas para los carros, en Guadalajara hay 4000 kilómetros de calles, pero solamente 35 kilómetros de ciclopistas. Las líneas de metro [tren ligero] son demasiado pequeñas para los cuatro millones de habitantes de la zona metropolitana, el tranvía no existe y los camiones son tristemente lentos. “Nuestras ciudades son un reflejo de la desigualdad en México” dice Soto, que con su grupo intentan por lo menos cambiar un poco esta situación.
Las ciclovías se pintan para los más vulnerables. Pero aquellos que la construyen, pertenecen a la clase media mexicana, muchos de ellos tienen experiencias en el extranjero, en Canadá o Europa, en donde han experimentado que las bicicletas no son sólo para los pobres, pero en sus hogares se ven confrontados con una “mentalidad del tercer mundo” dice Felipe Madrigal, un paramédico devenido en policía de tránsito, y explica: “Cuando tienes un carro, eres alguien. Cuando no lo tienes, no vales nada.”
Con cara que impone respeto el hombre de 36 años regula el tráfico alrededor de sus amigos, que están imponiendo un nuevo límite de velocidad. Se fijó el nuevo límite de velocidad con cifras de a metro escrito en la calle: “30”. Pacientemente se les explica a los automovilistas el propósito de todo esto. La patrulla de policía, después de ver la acción durante una hora, sin idea alguna de qué hacer al respecto, deciden hacerse de la vista gorda, irse y olvidar todo.
A media tarde la ciclopista estaba terminada, al menos en un lado de la calle. La pistola rociadora deja de funcionar. El éxito político aparece inesperadamente, Diego Monraz, presidente de la comisión de vialidad y transporte de Guadalajara, Jalisco quien promete reconocer como oficial la ciclovía ciudadana. Solamente no esta feliz con el límite de velocidad establecido. “¿No lo podemos dejar al menos en 40 kilómetros por hora?” pregunta el presidente. Los constructores de la ciclopista contestan: no es una casualidad, el 30 permanece como 30.
* Título de una canción pupular bávara
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