“El Chapo” no es el primer maleante al que se le convierte en un ídolo. A principios del siglo pasado vivió, también en Culiacán, “Malverde”, una especie de Robin Hood culiche que incluso llegó a tener una capilla a la que acuden los narcos y mal vivientes en general para pedir su intercesión.
En realidad “El Chapo” ya era ídolo de muchos antes de ser incluido en la lista Forbes de los ultra ricos. Las personas a las que, directa o indirectamente, da trabajo y prosperidad económica lo protegen y esconden. Esta es la razón, unida a la corrupción de las policías, de que no se le haya podido recapturar. En los pueblos donde ha puesto el tendido eléctrico o el pavimento a las calles resuenan los narcocorridos que narran sus aventuras, convirtiéndolas en mitos. “El Chapo” ya era un ídolo y la apología del delito que alegó el Presidente Felipe Calderón se hace desde hace años por las estaciones de radio del noroeste del País, entonces, ¿por qué tanta estridencia en la respuesta del Gobierno mexicano al verlo en la lista Forbes?
La fortuna de “El Chapo”, que seguramente es mucho mayor a los mil millones de dólares que Forbes le atribuye, está bañada en sangre y fue amasada destruyendo vidas, sobre todo de gente joven. Esta es la razón obvia de la enfática condena, por parte del Estado Mexicano, que vimos en los días pasados en todos los medios de comunicación.
La razón no tan obvia es que implícitamente se muestra que hemos aceptado como propia la ética que está detrás de Forbes; para un sector cada vez más amplio de la ciudadanía mexicana llegar a ser un hombre o mujer económicamente pudiente es considerado un valor rector de la vida, algo admirable e imitable, un ideal. Todavía más si se logra esa posición con el propio esfuerzo, levantándose desde la postración de la pobreza, como Forbes atribuye a Joaquín Guzmán Loera.
Nos parece repulsivo que “El Chapo” sea incluido en esa lista, porque hemos asumido que pertenecer a ella es un ideal. No se trata sólo de un censo neutro de personas ricas, se trata de un elenco de mujeres y hombres exitosos, modelos para inspirar
a los demás. La virulencia de la reacción ante el hecho de ver a “El Chapo”
en la lista desnuda en parte la ética de nuestro tiempo.
Por otra parte, entender la trascendencia de que apareciera “El Chapo” en la lista Forbes requiere tener presente que el Estado y el narco están inmersos en un juego de suma cero. Esto se debe a que tanto el Estado como el narco desean lo mismo y están en competencia por ello. Ambos quieren la posesión única del poder, y por esto se suplantan y anulan mutuamente. Donde está uno desaparece el otro y viceversa. Estado y narco, como cualquier par de rivales, están mimetizados. La violencia que supone este proceso nos ha inundado últimamente. “El Chapo”, como cabeza más visible del narco, puede capitalizar el miedo que se ha generado por la violencia y alzarse como un tótem al que se le teme. Del temor a la reverencia hay sólo un paso.
El País está secuestrado y corremos el riesgo de experimentar una especie de síndrome de Estocolmo colectivo. La inclusión de “El Chapo” en la lista Forbes suma en esta dirección y por ello eleva la urgencia de que se le detenga. Hace no mucho, Joaquín Villalobos, un experto en solución de conflictos, exponía que ser narco ya no es “tan glamoroso ni tan divertido” como lo era en el pasado porque cada vez es más claro que los narcos acaban muertos o presos (El País, 15/01/09).
Ojalá tenga razón. Ojalá que detengan a “El Chapo” pronto, pero después de que se apruebe la ley de extinción de dominio, para que se la puedan aplicar y que la inmensa riqueza que posee sirva para rehabilitar a los millones de jóvenes que ha envenenado. Pero, sobre todo, ojalá lo encarcelen para que nos quede claro que al final todos los ídolos son de barro.
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